Ella estaba presente en nuestra vida, cada día. Alimentaba a toda la familia y hasta sobraba para vender al lechero de la «Sandra«. Su leche era de un amarillo-biege que parecía mantequilla resplandeciendo en el caldero color plata.
Pienso que se merece un homenaje y que limpiemos su reputación porque, sin maldad, fue protagonista de un malentendido.
Este mini cuento es la historia de una vaca criolla, fuerte y rubia, que lo mismo nos hacía felices con quesos tiernos y curados con gofio, que ayudaba en el campo con el arrastre, en esos tiempos donde no primaban las competiciones de yunta ni las romerías, sino arar para sobrevivir.
Paye era un hombre sabio, rubio también -pero rubio como sinónimo de pelirrojo y no de pelo dorado-, músico excelente, narrador de anécdotas con memoria llena de detalles, de fábula, que daban miedo en ocasiones y también nos hacía reír a carcajadas a chicos y grandes. Hombre valiente.
Anda también por aquí una niña de apenas cuatro años, que amarán, por su listeza para salir del atolladero, sin mácula.
Esto fue lo que ocurrió, o al menos, lo que Apupu recuerda…
Me despertó mi madre, tirando de mi, gritando: «Corre, corre, vuela fuera del nido Tabobooo…«
Aún puedo sentir los empujones y oler el humo. Era de noche. Los apupús, de otros huecos y nidales de ese árbol, vinieron a ayudar. Incluso desde otros árboles.
Yo no podía discernir bien, no comprendía lo que pasaba, porque estaba embelesada por las llamas y adormilada, aún después de los chillidos y del susto. Estaba confusa. El caos era sublime.
Gracias a la pronta reacción de mamá y del vecindario, el fuego acabó rápido. Y no perdimos nuestra casa.
Mami preguntó a mi hermana pequeña: «Muchoamor, mi niña: ¿qué hiciste… que le pegaste fuego a la casa?«
Pero ella, con voz firme y con confianza en sí misma, aseguró que no fue ella: «¡Fue la vaca de Paye!»
Desde mi entendimiento pueril, pensé que esta vez, Muchoamor, se iba a llevar una tremenda bronca. Pero ante mi estupor : Todos rieron…Rieron sin parar. Aún, hoy en día, hay quien saluda a mi hermana y, luego , como quien no quiere la cosa, mencionan el episodio con el bovino, con sorna, y le guiñan un ojo.
En ese momento quise que entendieran que eso no era posible y comencé a argumentar:

«Entremos en detalle a ver si comprendo.
La vaca de Paye, que estaba amarrada, con una soga de hilo de pita, bien gorda. Y no se yo, si… con algún eslabón metálico al pesebre…Se desamarró, abrió la puerta del alprende, bajó la ladera embarrada – que eso hay que saber hacerlo- paye me enseñó, que hay que cambar los pies hacia dentro, y así no resbalar….Y con cuatro patas debe ser más difícil aún«.
Protesté diciendo que no me lo creía. Parece que yo era la única que veía la cosa clara, así que no pare de hablar.
«Esa vaca, con ese ubre… ¡Qué paye la ordeña a las cinco de la mañana!. Y tiene que estar… bien cargadita de leche ya….
Esa vaca: desde el centro de la isla hasta Tagelda. ¡Y sin circunvalación!. Por una carretera que sólo eran curvas cuesta abajo. Curva va, curva viene.
Esa vaca de noche, con el ubre lleno…
Entonces, se supone que la vaca llegó y abrió la puerta, de madera maciza, porque la puerta no fue derribada…¿Y…dónde consiguió la vaca de Paye la llave de la casa… y la del alprende?.
Quiero que comprendan que sólo trataba de dar un argumento lógico a todo aquello. Pero los adultos parecían no razonar. Quizás el humo se les había metido bien adentro en el cerebro. Así que seguí con un poco más de monólogo irónico.
«La vaca, agarró la vela, con la palmatoria, y la posó debajo de los flequillos del tresillo de escay -que es una polipiel muy decorativa, pegajosa y que arde rapidito-…Y la vaca finalmente quemó el sillón de tres plazas.
Luego, la vaca de Paye, salió pitando: ¡precipitadamente, a galope… se esfumó! Les aseguro que cuando nos despertamos, con los ruidos y la humareda, la vaca de Paye no fue avistada por nadie«.
De hecho, al día siguiente, la vaca de Paye, estaba en su sitio, con su cuerda atada y bien sujeta por el pescuezo. La puerta del alprende permanecía cerrada por fuera. El ubre listo para ser ordeñado. ¿Qué acaeció?. Yo indagué todo lo que pude.
Le pregunté a mi abuelo: «Oye Paye… ¿la vaca estaba aquí por la mañana?» . El me me miró con los ojos brillosos, de su cara linda y pecosa, bajo su pelo azafranado y me dijo: «Tabobo mi niña.. ¿Y dónde iba a estar mi vaca?».
Se ve, que ya le habían ido con el cuento, porque soltó una carcajada y, acercándome un banquito de madera, me invitó a ordeñar su vaca con él.
Ordeñamos juntos y callados ,el uno junto al otro, sentado en los bancos de madera. Aún recuerdo el olor del alprende y el sonido de la leche callendo en el balde metálico.
Yo agradecí la invitacion, la confianza. Y sobretodo que alguien me escuchara.
Luego bebimos juntos leche cruda antes que nadie, ese domingo, a inicios de algún otoño.
La vaca de Paye puede estar ahora en paz donde quiera que haya vuelto. Ya sea un gusanito, viviendo en una ciruela del país o un koala rodeado de eucaliptos en las antípodas.
Bien de risas dio y sigue dando la vaca de Paye. Eso no tiene valor en el mundo material, pero en el mundo del estar bien, ahí sí: Sentir, compartir, dar y recibir bueno.
Tanto la vaca de Paye, como la niñita ocurrente, han subido un escalón, por todo lo bueno brindado.